4 jul 2010

Capítulo 1: La cárcel

La Cárcel
Primera parte


Como todas las noches ella se sentía sola, tranquila y en el medio de una profunda oscuridad. Isabella, había pasado su vida, en especial el último año, escapando de todo y de sí misma, con la intención de encontrar las respuestas que la trajeran de regreso a la vida y a la luz que hacía un buen tiempo no podía ver. Después de tenerlo todo había pasado a no tener nada, emocionalmente estaba congelada, se podía decir que su alma padecía de múltiples traumas y fracturas y por lo tanto su pronóstico era reservado.

Unos años antes, Isabella había mostrado su verdadera naturaleza: fría, distante, indiferente y conectada intelectualmente con sus sentimientos; lo que para una niña y una mujer en proceso de formación era algo inaceptable. Su esencia se salía de los parámetros social y moralmente aceptados, por lo que su familia y profesores siempre lucharon por hacer aflorar en ella un poco de humanidad, tratando de extinguir poco a poco al ser decante y autodestructivo que la poseía.

Todos esos intentos rendían frutos por un buen tiempo, Isabella parecía convertirse en una mujer tranquila, dulce, conforme y con mucha sensibilidad. Las personas que la rodeaban admiraban su inteligencia, y la querían por su ternura y temperamento dócil. Sin embargo, en las noches ella recuperaba su independencia, dejaba salir su espíritu huraño y pasaba largas horas pensando en su conflicto emocional, pero sobre todo en el intelectual; se sentía vacía, superficial y nada de lo que era, o en lo que se estaba convirtiendo, parecía ofrecerle paz y brindarle la suave miel que su alma reclamaba.

Por el contrario, vivía en una extraña cárcel. Por un lado era aceptaba, amada y no había complicaciones o dramas en su vida, todo era tan penosamente normal que la aburría. Por el otro, mantenía cautiva a su alma diferente, tan estructurada y compleja que buscaba todo o nada, y sentía que habitaba en un mundo en el que ella simplemente no encajaba y no quería hacerlo. En su estado natural, necesitaba esa miserable furia para vivir, la impulsaba a pensar, proponer y a actuar, pero también a destruir y herir los sentimientos de quienes estaban más cerca, lo que la invadía de una profunda tristeza que hasta parecía agradarle.

Tan feliz se hallaba en medio de su tristeza que necesitaba experimentar la angustia y la ansiedad, pero a su modo, jugando con sus propias y variables reglas y con cierto ritmo incomprensible. Esta curiosidad, la llevo a un estado de profunda inestabilidad, cayó en las conductas habituales de los adolescentes como consumir bebidas alcohólicas, fumar por primera vez y asistir a discotecas y clubes nocturnos, nada más allá de lo normal, lo que pronto mató su interés. Eso, tuvo como consecuencia que empezara a buscar algo más, por lo que llegó a la bulimia, vomitar la liberaba pero después se llenaba de asco y odiaba cada parte de su ser por las razones equivocadas, lo que la aburrió; después pasó a la anorexia, matarse de hambre y dedicarse a pensar era un placer exquisito, pero sentirse débil intelectualmente por la falta de nutrientes y ser encasillada como una joven con los típicos problemas de baja autoestima, hicieron que rápidamente abandonara este juego.

Y así, la mente encadenada con ansias de libertad e influenciada por las ideas de de Hobbes, Locke, Maquiavelo, Webber y hasta Hitler, ocasionaron que empezara a escribir teorías políticas y religiosas que pronto le parecían estúpidas y la hacían dudar de su capacidad intelectual. Tal impotencia le generaba una reacción en cadena que llegaba a estados de ira extrema y rayaban con la locura, sentía su mente desbordarse y se encontraba en lugares demasiados oscuros. Esas circunstancias la llevaron a imponerse un castigo, obligándola a caer en prácticas extrañas y desconocidas, como la necesidad de causarse dolor físico. Primero, a través del hielo con sal, lo sostenía hasta que se derritiera mientras la quemaba y lloraba tranquilamente. Pronto precisó de algo más fuerte, las cortaduras en sus brazos peligrosamente cerca de sus venas, le generaban sufrimiento pero a la vez la liberaban de todas sus ataduras.

Por lo tanto, las noches eran el refugio de Isabella, las largas horas eran adornadas por valles y picos según sus emociones, sentía una conexión sobrenatural con lo que leía y escribía y podía pensar sin límites, por lo que disfrutaba amarga y dolorosamente de su soledad. De repente, a medida que se acercaba la mañana, la invadían sentimientos de acusación, culpabilidad y rechazo por quien era, lo que la obligada a retornar al estado de cotidianidad, hija perfecta, estudiante dedicada, ciudadana responsable y amiga leal, sin despertar sospechas acerca de su dualidad emocional.

Sin embargo, siempre lucía cansada, subía y bajaba constantemente de peso, las ojeras de un color morado muy oscuro nunca abandonaban su rostro y sus hermosos y expresivos ojos cafés reflejaban una tristeza tan profunda que sólo su alma conocía. Sus padres y amigos, empezaron a preguntarse que andaba mal, si ella siempre parecía tan feliz, era suave como la seda, tierna como un bebe que acaba de nacer y tranquila como el mar en las noches. Realmente daba lástima verla y a la vez generaba un sentimiento de vulnerabilidad, una necesidad de protección que atraía a las personas hacia ella.

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