5 jul 2010

La Cárcel - Segunda parte

La Cárcel
Segunda Parte


Isabella, era de piel clara, medía un metro con sesenta, siempre fue la “gordita” de la casa, pero luchó por bajar de peso hasta que lo consiguió para ubicarse en 48 kilos, por lo que su cuerpo era menudo y muy frágil, pero con los trazos femeninos muy evidentes. Empezaba con un pelo castaño hasta los hombros, muy liso y dócil, que le daba vida al hermoso rostro enmarcado por dos grandes ojos cafés, como la madera de los troncos de los árboles, expresivos pero a la vez misteriosos y sombríos, de los que emanaban miradas que hablaban por sí solas. La nariz era pequeña y perfilada, siempre estaba fría como su alma; sus pómulos se elevaban y se marcaban cuando se reía, como si fueran un par de rojas y tentadoras manzanas y sus labios eran definidos, provocadores y contenidos en una pequeña boca que los mordía y mandaba un mensaje de ternura y picardía.

Hacia el sur se hallaban unos prominentes pechos firmes, como fértiles montañas imponentes en las que se destacaban dos hermosas flores, que siempre le causaron algo de vergüenza. Su cintura era pequeña y en el medio de su cuerpo estaba el ombligo de los sueños y detonador de una pasión inconmensurable, para dar paso a unas caderas amplias que se contorneaban como las olas del mar y de las que salían unas piernas firmes como anclas que la ataban a la tierra.

Pero su cuerpo no era motivo de exhibición ni de orgullo, simplemente era la cárcel su alma, por lo que nunca fue consciente de él ni quiso enaltecerlo con artículos que lo destacaran. Talvez esa actitud hizo que casi nadie, hasta mucho tiempo después, notara a la bella mujer que inconscientemente reclamaba ser acariciada.

Entonces, a pesar de ser hermosa e inteligente ¿era acaso Isabella una persona trastornada mentalmente? Ella preferiría que no, porque si lo fuera dejaría de ser diferente y especial, para ser una loca maniaco depresiva más, así que investigó tanto que su conclusión fue que no lo era. A diferencia de las personas con enfermedades mentales, como el trastorno bipolar, ella podía controlar perfectamente sus estados de ánimo e inducirlos o apartarlos sin ningún tipo de medicamento, estaba en la capacidad de ser normal durante todo el día y ser completamente diferente, como anhelaba, en las noches cuando se encontraba consigo misma, sin afectar a nadie más.

Infortunadamente, con todos los cambios propios de la adolescencia, las presiones y la marcada dualidad de su ser, Isabella finalmente había sucumbido a la superficial y aceptada normalidad, incluso en las noches, encadenando a su espíritu intempestivo. Este comportamiento le permitió relacionarse mejor, dormir como nunca antes, vivir la vida tal como los demás, abandonar las prácticas masoquistas, pero sobre todo conocer lo que creyó que era el amor.

Isabella, había conocido al que creía era el amor de su vida y con el que mantuvo una larga y tediosa relación, que la llevó a convertirse en una persona desconfiada, fría y muy temerosa, sin darse cuenta de la ingenuidad y ternura que podía llegar a inspirar, incluso con en los periodos de autodestrucción y oscuridad de su alma.

Federico, ese tormentoso amor que había sido su primera vez en todo, sin pena ni gloria, era una persona increíblemente hipócrita, por un lado se mostraba como un novio entregado, enamorado, interesado, pero por otro, era mentiroso, infiel y violento. Tan difícil fueron los cinco años que pasó al lado de Federico, que se le había olvidado sonreír, la soledad era su compañía y hasta creía que era normal sentirse una víctima, por lo que en todas las situaciones su posición era la más débil.

Y no estaba en su estado natural de amarga tristeza y anhelada soledad, como el que amaba Isabella y al que había renunciado años atrás. Esta era una estación extraña que había incluso eliminado su espíritu nocturno, dominante e impredecible, para convertirla en la pobre alma mal pensante, dolida y sumisa que era ahora.

Si bien, Isabella solo fue maltratada físicamente una vez, lo que la marcó profundamente, el maltrato psicológico había hecho estragos en ella. Nunca tuvo una autoestima alta, producto de sus conflictos emocionales, el peso y un padre poco interesado que le decía que a las gordas no las quieren sino las mamás, pero a la vez la relación con Federico que por un tiempo la hizo olvidarse de todo y casi poder tocar la felicidad, había logrado que su poco amor propio se volviera inexistente y dudara de dones tan preciosos como su inteligencia poco explotada.

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